Es
difícil comenzar a hablar de Rafa Nadal sin utilizar adjetivos que no se hayan
repetido un par de veces. ¿Quién no le conoce? Imagino que todo el mundo le
conoce. El pasado mes de julio, el manacorí fue elegido por quinto año
consecutivo el personaje español más valorado por la empresa Personality Media. Por delante de Pau Gasol, de Vicente Del Bosque, de Dani
Rovira, de Ana Duato, de Andrés Iniesta… En definitiva, por
delante de más de dos mil personalidades que estaban en la lista. Y no es
casualidad. Rafa Nadal no gana a la gente solamente por sus éxitos deportivos,
que también. De hecho, este año ha reconocido que estoy teniendo la peor temporada de mis últimos once años de carrera.
Si Rafa Nadal, habiendo hecho la peor temporada de su carrera, ha sido el
español mejor valorado por quinto año consecutivo es por algo más: por cómo
habla cuando gana y cuando pierde.
Se
dice que la vía más rápida de aprendizaje de los bebés es la imitación. Un niño
de cuatro años actúa de la misma forma que ve actuar a sus padres. Pues algo
similar pasa con Rafa. Uno ve cómo se gana a la gente en cada torneo al que va,
cómo se tira más de diez minutos firmando autógrafos y haciéndose fotos (puedo
dar fe de esto último) sin denegárselas a nadie, cómo reconoce al rival en sus
victorias o se exige más en las derrotas y llega a la conclusión de que quiere
ser como Rafa Nadal.
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El manacorí en un acto publicitario / Imagen: Renaud Corlouër |
Si
hoy en día se recuerda, fuera de la faceta deportiva, a John McEnroe por sus continuas discusiones
con los jueces de silla, al mallorquín se le recordará dentro de treinta años
por cómo encontraba el equilibrio entre sus éxitos y sus tropiezos. Y por cómo
no se esconde en todas las entrevistas cuando le preguntan por su lado más
personal. Siempre ha reconocido que su familia es lo primero, que la separación
de sus padres fue un duro varapalo en su carrera y que es un afortunado por
dedicarse a lo que le gusta. Lejos de vanagloriarse de que en su cabeza es el
mejor, en los momentos complicados (y eso que este año ha tenido muchos), lo
tiene claro: “olvidémonos del mejor Nadal, soy el de hoy y quiero disfrutar del
día a día. El mejor Nadal volverá o no. Ahora soy el que soy”, decía el pasado
mes de agosto en COPE.
Hay
quienes llevan año y medio intentando enterrar a un Nadal que, parece que la
memoria es frágil, lleva en el tenis profesional desde 2001, es decir, desde
los quince años. Ha ganado catorce Grand Slam y veintisiete Masters 1000,
además de cuatro Copas Davis y un oro olímpico. Ahora quiere ser el tercer
español en ganar un Torneo de Maestros, aunque reconoce que no tengo ninguna obsesión por ganar un
Masters. He ganado más de lo que soñaba y soy consciente de que, por las
condiciones en las que se juega este torneo, es más complicado de lo habitual
para mí.
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